No dudo de que la propuesta que presentó el presidente del Sevilla, de que se reparta mejor la pasta de las teles, lo hizo por el bien de su equipo. Pero eso era algo secundario. Si cae, cae. Está bien. Pero lo que le pone al señor Del Nido es ser el centro de atención unos días, el chico del momento, que le entrevisten todos los medios deportivos varias veces al día. Sobre todo entrar por teléfono a las radios que son muchos minutos.
Por eso está tan enfadado de encontrar, en la última reunión (ésta no la organizado él y no fue el anfitrión) abstinencia en buen número e incluso algún desertor que otro. Ve que se le acaba el chollo, que los focos se alejan y la atención mediática volverá a ser la habitual, poca para lo que él desea. Me recuerda al síndrome del anfitrón que sufría Mónica Geller en Friends, cuando intercambian pisos y se le termina lo de ser la anfitriona.
A Del Nido no le bastaba con ser el hospedador, porque al ver que la nueva quedada fue en otra casa que no es la suya y que no avanza la cosa como quiere, ha actuado. Su vicepresidente, J.M. Cruz ha ladrado por él, que estará en su despacho haciendo dos cosas: una, controlando su ira para no explotar demasiado cuando, por última vez, las radios le llamen hoy y mañana por el asunto. Regular su nivel de cabreo cerca del límite, pero sin pasarlo. Y dos: tiene que elegir la frase clave como cuando hace anuncios o quiere montarla como ha hecho en ocasiones. Algo que impacte, con alguna referencia pelín friki para que los jóvenes le sonrían pero sin alejarse de lo campechano tipo obrero, de los seguidores de 40 años o más. Es un arte que viene practicando desde hace un tiempo.
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