Lección de civismo

Me faltan unos cinco metros para llegar al semáforo. Delante de mí, también por la acera camino de cruzar una señora o señorita de taitantos deja caer un envoltorio al suelo, de un croissant bollería industrial. Tamaño estándar, un palmo más o menos. La papelera está al lado, a dos pasos y en la otra orilla los numeritos del semáforo dicen que 35 segundos tenemos los de aquí para cruzar. Hola fondo norte, hola fondo sur.

Y la nena teniendo todo ese tiempo no se molesta en usar la papelera, al suelo directamente. A todo ésto va una niña, de cinco o seis años que estaba con sus padres en un portón cercano y corre rauda, coge el papel y lo tira dentro del receptáculo. La mujer contaminadora está situada en el borde esperando cruzar y no vio la escena. Algunos transeúntes y yo sí, nosotros sí vimos la lección de civismo que la niña dio con la mayor naturalidad del mundo, como un acto reflejo, como si fuera un juego. Sin que por su mente infantil pasaran los pensamientos que por la mía se agolpaban, no muy educados con respecto a la del croissant.

Miré a los padres de la pequeña justiciera urbana y sonreí, como diciéndoles gracias a ustedes y/o a su hija el mundo no se irá del todo al carajo. Hoy no.

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